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LA ANTROPOFAGIA DEL ENTRETENIMIENTO

 

Por Hernán Bergara

 

            Casi toda la televisión, algunos peda(dema)gogos y la horrible epidemia de opinólogos que nutre de vacuas ideas a la criteriosa clase media para que ésta, cerrando el círculo, los aplauda con histeria, han ido socavando las bases de una distinción quizá interesante. La distinción que desmontaron se presenta como una ocurrencia casi arbitraria: la de pretender que entretenimiento sea sinónimo de, para decirlo de un modo general, pasión. Querer que apasionarse, que es invertir mucho esfuerzo personal, tiempo y dedicación en nombre de un concepto, una mujer o una causa, y entretenerse, que es dispersarse, divertirse, ahorrar esfuerzo mental, sean sinónimos, no es solamente desatinado: es perverso. Y lo es porque de esta falsa sinonimia se aferran televisión, peda(dema)gogos, opinólogos, clase media e hijos de padres de clase media para exigirle a un docente, por ejemplo, que sea entretenido.

            A esta exigencia le subyace la presuposición de que lo entretenido es lo apasionante, y que por eso hay que ser entretenido siempre. De esta última premisa, y ya en el campo de lo absolutamente falaz,  surge una sublevación cultural a lo difícil, a todo lo que demanda un esfuerzo, a todo lo que no es entretenido, en nombre de lo pedagógico, lo incentivador.

            Concedamos que deslizar la mirada por unos veintisiete caracteres que se repiten incesantemente para dar cuerpo a una teoría compleja e inextricable mientras en la playa se juega distendidamente al fútbol no es, en sí misma, una actividad que pueda llamarse entretenida. No creo que a Jean- Paul Sartre le haya parecido entretenido tomar pastillas para no dormirse y seguir escribiendo su obra; Proust o Borges, a pesar de advertir que se iban quedando ciegos, no continuaron leyendo por parecerles (solamente) entretenida la lectura. Pero hubo algo en ellos, algo muy distinto al entretenimiento en sí, una palabra que no siempre acompaña a entretenimiento, que fue lo que los llevó a reemplazar el pasatiempo por el esfuerzo, la diversión por la dedicación, la raquítica trivialidad por la lucidez mental, la lesión en el cerebro (E! Entertainment) por la lesión en el cuerpo (cegueras, jorobas, locura, parálisis, persecuciones y torturas, asesinatos: suicidios). Ese algo es mucho más que el mero entretenimiento, es más que el pasatiempo: se llama pasión. Y sí: requiere un esfuerzo. Pero es, precisamente y como la palabra lo indica, apasionante, emoción que les está vedada a los que tienen el síndrome del entretenimiento crónico. Por supuesto: lo apasionante puede llegar a ser menos inmediato que el opio de la televisión, más aburrido que vivir en un carnaval hipócrita. Pero es tan superior al mero entretenimiento que vale la pena el esfuerzo, la inversión de tiempo, el embeberse en querer cambiar el mundo.

            No, esto no necesariamente, no siempre, no en primer lugar es entretenido. Y no lo es porque es bastante más que eso. Y precisamente porque no lo es representa un espacio de combate a la trivialidad del entre- tenerse, es decir, del tenerse a sí mismo como en una hamaca paraguaya esperando apáticamente la muerte, sólo tenerse, como si no hubiera otra cosa que hacer, como si no hubiera otro fundamento de vida.

            Varios docentes, maestros, escritores, científicos, artistas, merecen una urgente disculpa por parte de: opinólogos, peda(dema)gogos, televisión y clase media, máquinas de producción en serie de conclusiones patéticas como la que desmerece todo lo que no es necesariamente entretenido. Una cultura crítica se configura más con pasión- esfuerzo que con entretenimiento- distensión. El entretenimiento, hoy, le está haciendo un golpe de estado a lo que dignifica al hombre. Lo único aceptable hoy es el entretenimiento. Bien. Pero a no llorar cuando, sin soluciones (son aburridas), el mundo sea una sola avalancha “al ritmo de la marcha, al compás del son”.

 

 

 

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